Ser maestro me hace feliz y vivir con mis alumnos es una de las cosas que me ayuda a tragar cuando pillo una almendra amarga del capazo de la vida. Después de diez años como tal, le doy gracias a Dios por no habérseme -si no se dice así me da igual- subido la tarima a la cabeza, por seguir a pie de pupitre mirando comprensivamente a los ojos de los niños que habitan tras ellos y recordando que esos ojos, una vez, fueron los míos. No es difícil caer en la cuenta que, desde que yo era ese niño, han pasado unos cuantos años, unos cuantos kilos y también unos cuantos pelos que mi cabeza echa de menos. Durante todos esos años ha evolucionado la tecnología, la medicina, la economía y algunos, más atrevidos, afirman que la educación. Actualmente anda por ahí, un grupo de sociólogos, que no digo yo que no sean de renombre bien ganado -líbreme el señor, amén-, que se llenan los bolsillos escribiendo libros -creo que intelectuales- y realizando debates -creo que sesudos y muy cultos- sobre la nueva generación de estudiantes, que -según afirman ellos- son apáticos, carentes de valores, derrochadores, violentos y tiranos tanto con los compañeros, como con sus maestros y sus padres e incluso consigo mismos. Supongo que cada uno tiene derecho a ganarse la vida como puede, y por eso no voy a vilipendiar a estos sociólogos de bolsillo, que los puestos de trabajo están muy mal y total este artículo tampoco lo va a leer ni el presidente ni el señor que paga la minuta mensual o por programa a tales sujetos. Lo que sí pretendo es lanzar una reflexión a mis amigos y colegas de profesión que dedican algo de su humilde tiempo a leer este blog. ¿Son tan diferentes los alumnos de ahora de los alumnos que éramos nosotros? ¿Quiénes son los apáticos y los desencantados... los alumnos o los maestros y profesores que no son capaces de hacerles sentir que creen en ellos, que valen mucho y que llevan la magia en sus propias manos? ¿Tiene el maestro/profesor que esperar con indiferencia que los alumnos reaccionen o que se produzca mágicamente un cambio social en esta situación escolar que parece inevitable? ¿Estamos en una situación Leo Kanneriana de padres y maestros nevera o nuestros alumnos son autistas de nuestra perfecta metodología?
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